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Cían

Su talón de Aquiles era casi lo mismo que su peor fantasma del pasado. Aquel fatídico año entró septiembre con sabor a tempestad . Empezó con una de las peores noticias que se le podían dar en aquel momento: la lucecita de la impresora que llamaba la atención sobre la falta de tinta cían se había encendido en un amenazador color rojo. Él, que había estado escuchando todos los días las noticias religiosamente a la hora de la cena, salió en batín de casa y zapatillas a la calle en una carrera frenética hasta una pequeña librería que había a dos esquinas de su edificio. La última vez que la había visto abierta tenían puesto un cartel enorme anunciando un cierre próximo, nadie compraba ya en los negocios locales. A punto estuvo de caerse cuatro veces en los pocos metros que lo separaban de la puerta de aquel negocio. Seguía abierto, miró la fecha en su reloj para comprobar en un suspiro que darían su cierre definitivo al día siguiente y entró con el sudor resbalándole por la frente. Si...

Cosas que pasan por imbécil

Os voy a decir una cosa, mi muerte no fue fruto del azar , sino más bien de haber sido tan estúpido como para poner el coche a más kilómetros por hora de los que debería. Ahora soy un punto de ectoplasma iridiscente perdido en medio del cosmos que rememora con pensamientos cargados de melancolía y nostalgia la imagen solemne de toda mi gente sollozando en el entierro. Soy imbécil, no hay más vueltas que darle.  Ha sido como tener una conversación con Dios: "oye, mira, que te había dado esta vida en usufructo y te la tengo que quitar por tonto del culo". Y yo pues lo entiendo, me parece bien, si fuese ella no bailaría al ritmo de la chirigota al verme hacer tal gilipollez, precisamente. Si me queda algún tipo de consuelo es pensar en aquello que decía siempre mi abuelo: "tonto o listo, rico o sin dinero, al final nos vamos todos pal gujero " (puede que pronunciase menos eses de las aquí representadas). Mucha razón tenía, de poco me sirvieron las pelas o pode...

Quietud

Quietud y silencio . Eso es lo único que puedo sentir desde dos días después de morirme. El ataúd que me hace de crisálida es de madera de la buena a pesar de que yo no tenía un duro para pagarlo y menos dinero incluso posee mi madre. Lo pagó mi padre, un millonario con como mínimo unos trescientos bastardos y medio a los que nunca presta atención, él solo sirvió para darme un lugar cómodo en el que descansar y para derramar un par de lágrimas falsas en mi entierro. ¿Que de qué me he muerto? Pues de esas cosas que a uno le pasan en la vida. No tengo muy claro si fue el alcohol, el tabaco, el estrés o el hecho de que me resbalé en el baño y me di con toda la nuca en la esquina de la bañera. A lo mejor todas tuvieron su parte. Fuera lo que fuera, se supone que ahora voy a alcanzar una abrumadora paz y la calma eterna. He de decir que, la verdad, el cementerio no está tan mal, pero tampoco es como para que prometan la mayor serenidad de la historia. Es más bien un vacío. Un vacío r...

El desastre de San Francisco

Lambiel se bajó del coche, en un primer momento había considerado que era la opción más rápida para llegar a donde pretendía; no obstante, bien podría haber empezado su viaje en caballo o en bicicleta , que le habría llevado el mismo tiempo. Había pecado de inocente y había tenido demasiadas esperanzas en el camino. Hacía varios días que la gente huía despavorida de la zona, el puente que conectaba con la vieja península de San Francisco era intransitable desde hacía ya bastante. Toda la población se había lanzado a la carretera para salir de allí lo antes posible y, por mucho que él fuese en dirección contraria, los carriles de ambos sentidos se habían visto inundados de vehículos que se dirigían lo más lejos posible de allí. Lambiel dejó atrás su coche, ignorando los insultos de quiénes le gritaban por haber obstaculizado el paso, como si hubiesen sido capaces de avanzar un solo metro antes de que él llegase allí para crear un embotellamiento. No, el atasco ya existía desde hac...

El accidente

Rielaba la luna sobre los iris de su mirada rota mientras ella observaba los restos quemándose sobre la arena . Las sempiternas llamas  devoraban la barquilla del globo aerostático, la malla había desaparecido hacía ya rato. Comenzó a llegar la gente media hora después del accidente. Lo habían visto caer, pero desde el pueblo más cercano había una caminata larga si querías llegar a la playa andando. Ella desapareció antes de que los aldeanos llegaran, necesitaba mantener el anonimato . Se fue con prisa, escondiéndose detrás de unas rocas que partían la costa en dos para que no la vieran. A sus oídos llegaban plegarias a Dios y a Cristo , la gente pedía que aquellos que habían estado en el globo se encontrasen bien. Pero ella ya había visto la carne chamuscada y seguía lamentándose en silencio por haberse precipitado al apretar el botón. Llevaba semanas con una muela picada y se pasó la lengua por encima en busca del dolor, necesitaba castigarse. Si tan solo hubiese esperado un ...

La profecía

Se acercó a la entrada de la cueva. Miedo. Petricor . El sonido insistente del viento. El eco de las últimas palabras de su madre. Todo la sobrevino. Se acercaban las siete de la tarde y el sol no había salido en todo el día, por lo que tampoco sería capaz de ver la luna en el momento indicado. Le llegaba también el olor de la playa , donde debería haber dispuesto ya todo lo necesario para realizar la ofrenda que correspondía a esa época del año. El sonido de un violín resonó en su cabeza y su música le recordó a unos tiempos pasados en los que la tierra estaba seca y las mariposas se tomaban descansos posándose sobre sus brazos. Aquellas épocas quedaban atrás, los momentos en los que había conseguido ser feliz la habían abandonado tal y como lo había hecho el sol. Tal y como lo haría la luna. No quería quedarse a observar cómo el cielo fallaba a sus expectativas minuto tras minuto, así que volvió a la profundidad de la cueva para poder arrebujarse entre unas mantas que tenían...

Renacer (II)

La noche cayó sin que nadie pudiera evitarlo y de igual forma se deslizó la serpiente de tela por los pasillos del palacio. No quedaba nadie despierto salvo algunos sirvientes que se afanaban en la cocina, pero ellos no tendrían forma de interferir en los planes de Ribara. Un descuido por parte de Cirania la había dejado libre para campar a sus anchas. Como bien le había dicho a la princesa, atrapar un fantasma era una tarea complicada, mucho más si querías mantenerlo a tu servicio; por lo que haberle dado un cuerpo sin llevar a cabo el ritual necesario le había dado autonomía para hacer lo que ella ansiaba hacer desde hacía tiempo. Mientras discurría por la plaqueta helada —aunque no llegase a notar aquella frialdad— echó de menos el par de piernas que había tenido en otra vida y también tirarse de las trenzas, que tanto la habían caracterizado, ahora que estaba ansiosa por lo que iba a lograr tras muchos años de espera. Extrañaba el sentido del olfato y el sabor de sus galletas favor...