La profecía

Se acercó a la entrada de la cueva. Miedo. Petricor. El sonido insistente del viento. El eco de las últimas palabras de su madre. Todo la sobrevino. Se acercaban las siete de la tarde y el sol no había salido en todo el día, por lo que tampoco sería capaz de ver la luna en el momento indicado. Le llegaba también el olor de la playa, donde debería haber dispuesto ya todo lo necesario para realizar la ofrenda que correspondía a esa época del año.

El sonido de un violín resonó en su cabeza y su música le recordó a unos tiempos pasados en los que la tierra estaba seca y las mariposas se tomaban descansos posándose sobre sus brazos. Aquellas épocas quedaban atrás, los momentos en los que había conseguido ser feliz la habían abandonado tal y como lo había hecho el sol. Tal y como lo haría la luna.

No quería quedarse a observar cómo el cielo fallaba a sus expectativas minuto tras minuto, así que volvió a la profundidad de la cueva para poder arrebujarse entre unas mantas que tenían el objetivo de reconfortarla, sin ningún éxito.

A lo largo de la historia, muchos sabios habían escrito amplias exégesis sobre lo que la profecía podía significar y todos se habían equivocado. Solo ella comprendía en aquel instante que la moneda de plata del cielo no se presentaría a medianoche y que pasadas unas cuantas horas toda la galaxia comenzaría a temblar. Les amenazaba un final parsimonioso. Hubiese preferido el meteorito


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