Renacer (I)
Llevaba tanto tiempo sola en aquel sótano —atrapada y entreteniéndose única y exclusivamente viendo a las arañas tejer sus redes mientras se sumía en la completa locura— que se sorprendió cuando las bisagras de la puerta chirriaron. El pesado bloque de madera, que bloqueaba la entrada sin posibilidad alguna de abrirse desde dentro, se deslizó con lentitud. Detrás pudo ver a una de las princesas empujando el pomo con todas sus fuerzas; su entrecejo demostraba el trabajo que estaba pasando para conseguir llegar a aquel pequeño sótano olvidado de la mano de Dios.
Ribara la reconoció al instante. Si bien llevaba siglos sin salir de allí, su mente podía abarcarlo todo sin mucho esfuerzo; viajaba de aquí para allá y así había conocido a todas y cada una de las familias reales que habían pasado por el castillo desde su muerte. La ambición de Cirania era lo único que la había llegado a complacer en las últimas seis generaciones y por fin, en ese exacto momento, la tenía llamando a su puerta.
Siguió observando cómo la más pequeña de las dos princesas presionaba el hombro izquierdo contra la madera a la vez que asía el pomo con las dos manos, había adelantado una pierna y mantenía la rodilla doblada mientras su otro pie hacía tope contra el final de la escalera. Cuando consiguió abrir suficiente espacio para colarse en la estancia, tomó un par de grandes bocanadas de aire y se secó el sudor de la frente antes de entrar.
Cirania miraba a su alrededor con expresión desconcertada, como si esperase encontrar mucho más en aquel viejo sótano que se había convertido en prisión. Ribara se materializó ante ella lo mejor que pudo. Tras muchos años sin ni siquiera intentarlo, su forma corpórea había perdido consistencia y titilaba en el aire sobre el ataúd que había en medio de la habitación, en el que se había sentado.
—Sabes a lo que he venido —dijo la princesa entre dientes, dejando ver su cansancio.
—Por supuesto que lo sé.
No había ni una sola cosa en aquel castillo que se escapase al conocimiento de Ribara; por muy mínimo que fuera un sentimiento, ella sabía de dónde procedía y por qué había impregnado el ambiente. Una ambición y una envidia tan potentes como las de Cirania eran imposibles de disimular. Hacía mucho tiempo que anhelaba la muerte de su hermana mayor y hacerse con el poder una vez fuese la primera en la línea de sucesión del trono.
—Necesito un cuerpo —espetó la fantasma—, uno inerte para empezar. Y no lo veo.
La princesa se apresuró a sacarse la mochila de la espalda, la dejó sobre el suelo y se arrodilló ante ella para extraer su contenido. Su mirada volvió a centrarse en la fantasma que tenía delante y ella vio que en sus ojos había miedo. Comprendió su temor cuando extendió en el suelo lo que acababa de sacar, aquel intento de peluche mal rellenado le recordaba a una serpiente de un inusual color amarillo. Ribara casi se abandonó a la tentación de reírse.
—No se me da muy bien coser —se disculpó Cirania—. Sería absurdo que intentase algo con mejor aspecto, terminaría siendo inútil.
—Conseguiré que sirva.
Ribara se disolvió y convertida en un enjambre de miles de polillas surcó la estancia hasta cubrir aquel muñeco por completo; luego se escuchó un murmullo extraño en el sótano, como a medio camino entre un quejido y un suspiro prolongado, y los insectos se introdujeron en la tela amarilla por las costuras. El rumor se extendió un rato más y, en ese tiempo, la marioneta que Cirania había cosido se hinchó hasta que pareció tener el relleno que le correspondía.
—Debería haberme esforzado más —dijo la princesa al ver cómo la serpiente de tela se desplazaba sobre la piedra sin emitir sonido alguno—. No creo que eso sea muy cómodo.
—Por el momento tendrás que llevarme a hombros —contestó la voz de la muerta proviniendo de algún punto perdido en el aire—, habrá que fingir que soy un muñeco nuevo; estás un poco mayor para eso, pero no nos queda más remedio. Tenemos que dejar el sótano bien cerrado.
—Eso es fácil.
—Lo difícil será llevar a cabo lo que tienes en mente —dijo con tono de reproche—. Aunque algunos dirían que lo más complicado de todo era atrapar al fantasma, ¡enhorabuena!
—No tiene mucho mérito sabiendo que se ha dejado capturar.
—Pero eso no lo va a descubrir nadie. —Ribara dejó de usar el aire para comunicarse cuando la princesa cerró la puerta y pasó a susurrarle al oído para que solo ella la escuchara—. Por lo menos hasta mañana.
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