De cartas y brasas

Estaba cansada del ácido desoxirribonucleico, de la timina, de la citosina y de todo lo que aparecía en el libro de texto que tenía delante. Estaba harta de fingir ser una persona normal. Salió de la cama en la que llevaba toda la noche preparando un examen que creía más que perdido, a pesar de que las mantas se negaban a dejarla escapar. Descubrió el amanecer en cuanto subió la persiana, todavía era demasiado temprano. Un suspiro resignado la acompañó hasta la puerta.

Cuando entró en la cocina descubrió que su padre se había olvidado el bocadillo de chorizo sobre la encimera, el olor le llegaba a través del papel de aluminio. Mentiría si dijera que no le repugnaba la comida de los humanos comunes. La carta que había llegado hacía una semana seguía también sobre la mesa. Su contenido le despertaba una inmensa pereza, el Consejo había decidido vetarla de la próxima misión debido al accidente que ella había provocado hacía un mes.

Aquel asunto de fantasmas se le había ido de las manos. Dobló el papel escrito varias veces, la papiroflexia solía ayudarla a relajarse y necesitaba sacudirse la tensión que se le había acumulado sobre los hombros al volver a leer aquellas palabras. Seguía pensando que la reprimenda era exagerada para el poco destrozo que había causado, apenas habían tenido que borrarle la memoria a un par de docenas de personas corrientes que se dirigían a sus puestos de trabajo a las cinco de la mañana pasando por la calle equivocada. ¿A quién no se le escapaban sus antepasados muertos de vez en cuando?

Durante un efímero segundo dudó entre prepararse para ir a clase, aunque le faltasen todavía varias horas, o hacerse un desayuno bien completo. Al final descartó las dos ideas y se encaminó al desván. Los restos de la hoguera de la última vez que había bajado allí se veían aun con la luz apagada, los rescoldos parecían volver a brillar con su presencia, como si estuvieran listos para volver a arder.

Sus pies descalzos aterrizaron sobre las brasas, que se encendieron de inmediato con su contacto. Las llamas le lamieron las piernas hasta la rodilla, luego hasta la cadera y después la engulleron por completo. Hacía un tiempo que no volvía a casa y, ahora que no podía hacerse cargo de los asuntos del Consejo, podría pasar su tiempo libre de vuelta en el Infierno.

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